John Paul DeJoria: de mendigo a millonario
Sabemos que la ficción se basa en la realidad, pero también sabemos que a veces la supera. Nacer en la pobreza es una circunstancia, mientras que morir en la pobreza significa que no fuiste capaz de aprovechar los dones, los recursos y las herramientas que la vida te brindó. Y ese, sin duda, es el peor de los escenarios para el ser humano.
El empresario John Paul DeJoria, un nombre desconocido por muchos, es claro ejemplo de cómo es posible exprimir aquellos que nos ofrece la vida para cambiar eso que algunos llaman destino. Él bien podría ser el modelo que inspiró aquella famosa película protagonizada por el comediante Eddie Murphy: De mendigo a millonario.
Porque, literalmente, DeJoria vivió en las calles y luego, a punta de esfuerzo, de sacar provecho de su talento, logró convertirse en uno de los 1000 hombres más ricos del mundo, según la revista Forbes, con una fortuna de 3.100 millones de dólares. ¡Wooow! Si aún dudas de que es posible cumplir tus sueños, no dejes de leer esta historia.
John Paul nació como el segundo hijo del hogar conformado por un inmigrante italiano y una ciudadana griega. Cuando él tenía solo 2 años, sus padres se divorciaron y fue, entonces, cuando comenzaron sus desventuras. Él quedó al cuidado de su madre en unas condiciones precarias, con terribles limitaciones, que marcaron su camino.
Al cumplir los 9, con su hermano salió a la calle a buscar sustento. Vendió periódicos y a fines del año vendía tarjetas de Navidad, o dulces, o lo que fuera. Apenas juntaban lo de una comida y, de paso, padecían los rigores de estar todo el día en la calle, el peor lugar para un niño. Sin embargo, lo más feo estaba por llegar, y finalmente llegó.
Incapacitada para mantener a sus hijos, derrotada por los golpes de la vida, mamá tiró la toalla. Un día dijo “¡No más!” y llevó a sus hijos a un albergue, con la esperanza de que el Estado pudiera hacerse cargo de ellos. Aunque tuvo la oportunidad de comenzar a estudiar, ese lugar se encargó de sacar su peor versión, la rebelde y contestataria.
Sin valores sólidos, sin un proyecto de vida, sin que pudiera vislumbrar un futuro, empezó a coquetear con las pandillas que divagan por las calles de Los Ángeles y cayó en sus garras. Esas bandas callejeras se habían convertido en la familia que nunca tuvo y le dieron el reconocimiento social que hasta ese momento jamás había disfrutado.
Sin embargo, aunque hasta entonces su vida había sido un fracaso absoluto, un día ocurrió el hecho que cambió su vida, el clic del antes y el después. El maestro de matemáticas, que lo molestaba frecuentemente por su rebeldía, lo sentenció: “¡Nunca jamás tendrás éxito en la vida, nunca servirás para nada!”, le dijo.
Fue como si le hubieran golpeado el alma, como si le hubieran aplicado una inyección letal. Pudo reaccionar de muchas maneras, pero afortunadamente para él lo hizo de la única correcta: decidió relevarse contra esa vida que llevaba, y se propuso cambiarla. Le encontró un sentido a su existencia y se refugió en el estudio, lejos de la calle y sus peligros.
Cuando se graduó, se enroló en la Marina y, después de cumplir sus servicios a la Nación, quiso regresar a las aulas para estudiar odontología. Ese sueño, no obstante, no se cumplió por los elevados costos. Se casó, tuvo un hijo, se divorció y volvió a las andadas: salir a vender enciclopedias, seguros de vida, a reparar bicicletas, en fin.
Fue con regresar a esa infancia que había dejado atrás y revivir esos fantasmas que lo tuvieron contra la pared. Para colmo, era orgulloso y se negaba a pedir ayuda. Recogía latas y botellas que cambiaba por patatas, arroz o latas de sopa en alguna tienda y por las noches dormía dentro de un auto. El karma se repetía, pero esta vez salió a flote.
Esa dura etapa le enseñó a enfrentar el rechazo de los demás. “Hay que tener el mismo entusiasmo ante la puerta número uno que ante la puerta número cien”, dijo años después para explicar cómo pudo superar esos momentos difíciles. La vida lo golpeaba una y otra vez, le enseñó a ser duro, a sobrevivir, y luego lo recompensó.
Una nueva vida
Ingresó a trabajar en los Laboratorios Redken, principal fabricante de productos para peluquería en Estados Unidos. Acordó un salario de 650 dólares y comenzó a cimentar un futuro mejor. Cansado de que los demás decidieran su futuro, tomó la decisión de asumirlo él mismo: se lanzó a la aventura de crear una empresa. ¡Increíble!
Con su amigo Paul Mitchell se apalancó en un préstamo de 700 dólares y creó John Paul Mitchell Systems, para fabricar productos de belleza. Era el año 1980 y los sueños estaban intactos. A finales de esa década, cuando Mitchell falleció, John Paul asumió el mando de la empresa y la convirtió en lo que es hoy: una de las mayores productoras de champú.
Sus ventas superan la barrera de los 1.000 millones anuales y, lo mejor, es una de las preferidas del mercado porque en el proceso de fabricación no se testean los productos en animales porque John Paul es un acérrimo defensor del medioambiente y la naturaleza. La sencilla fórmula “Si no queda satisfecho, le devolvemos su dinero” lo posicionó en el mercado.
A comienzos del 2000 adquirió Patrón, una de las fábricas de tequila más antiguas de México. Si bien en ese país sus productos son vistos con recelo (“Es de Estados Unidos, no es tequila”), en la tierra del Tío Sam vende dos millones de cajas al año y poco a poco consigue cambiar los hábitos de los consumidores de bebidas alcohólicas.
Hoy, John Paul Mitchell Systems es un imperio que se mantiene en la cima gracias a que respeta y practica los mandamientos del pasado, de la filosofía que su creador aprendió en la juventud: hacer más con menos. De hecho, cuanto con una planta de empleados que es tres veces menor que las de la competencia, a la que supera en ventas e ingresos.
El rendimiento de sus trabajadores es el secreto tras el éxito de JPMS. Les pagan salarios más elevados que el promedio de la industria, los mantienen permanentemente motivados y le dan beneficios extra que ninguna otra empresa proporciona. Por eso, en más de 20 años en el mercado, el número de retiros voluntarios se cuentan con los dedos de una mano.
Casado de nuevo, con cuatro hijos y seis nietos, John Paul DeJoria pasó de mendigo a millonario y hoy se preocupa por devolverle a la vida cuanto le ha dado: apoya causas benéficas a favor del cáncer, la diabetes, el autismo, la leucemia, la esclerosis múltiple y el cambio climático. “El éxito no compartido es un fracaso”, argumenta.